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Una voz entre dos tierras: la fuerza de una ucraniana en tiempos de guerra

Una voz entre dos tierras: la fuerza de una ucraniana en tiempos de guerra

En un pequeño rincón de la Costa Brava, lejos de las bombas, los cortes de luz y las alarmas que se repiten cada día en su país natal, Verónica Naranjo Pavlova, una mujer ucraniana que llegó a España siendo apenas una adolescente comparte con serenidad y fortaleza su experiencia personal en medio de la guerra que ha sacudido a toda Europa. Su relato no es solo el de alguien que ha vivido un exilio forzado por las circunstancias, sino también el de una mujer que ha sabido reinventarse, sostener a los suyos desde la distancia y seguir construyendo una vida con dignidad.


Nació en Ucrania, creció entre Cuba y Ucrania, y llegó a España con 16 años. Esa mezcla de culturas marcó su identidad y la preparó, sin saberlo, para afrontar uno de los momentos más difíciles de su vida. “Cuando vine aquí, al principio fue un choque, pero me adapté rápido. España no era tan distinta de Cuba, y eso ayudó”, recuerda con una sonrisa suave, aunque detrás de sus palabras late la nostalgia de quien ha tenido que aprender a vivir con el desarraigo.

Un país en guerra y una familia dividida

En Ucrania dejó a su abuelo, a un primo, a una amiga cuyo marido está en el frente desde marzo de 2022 y a muchos amigos de la infancia. Habla con ellos cada semana, aunque a veces la comunicación es escasa por miedo a que se filtre información sensible. “Mi mejor amiga está allí. No me cuenta mucho, pero sé que todo el mundo tiene miedo. Están agotados. La inflación es alta, los precios han subido y la gente está muy cansada”, explica.


Entre los nombres y las historias que pronuncia, hay uno que pesa más: el de un familiar desaparecido en el frente desde octubre. “No sabíamos ni siquiera que estaba allí. Lo único que hacen es tomar el ADN a las familias y esperar. No tenemos noticias”, dice con la voz contenida.

Identidad y lengua: entre el ruso y el ucraniano

Su infancia transcurrió en una Ucrania donde el ruso y el ucraniano convivían de forma natural. “Cuando yo era pequeña hablábamos ruso, y el ucraniano era más bien de la escuela o de la televisión. Ahora es diferente. Mucha gente está retomando el ucraniano como un acto de resistencia y orgullo”, relata. Ese cambio lingüístico refleja también la transformación social que la guerra ha acelerado.


Vive entre dos mundos, pero no reniega de ninguno. Habla ucraniano con fluidez, aunque a menudo piensa en ruso. “Me costó un poco cambiar el chip, pero es parte de nuestra historia. No hay contradicción: es una lucha por conservar nuestra identidad”, afirma.

Una diáspora que sostiene

Como muchas personas de la diáspora ucraniana, participa en grupos de apoyo, envía ayuda y mantiene contacto constante con familiares y amigos. No lo hace por obligación, sino por convicción. “Nunca he tenido que pensar si ayudar o no. Es simplemente lo que se hace”, dice. A través de redes informales, compatriotas en toda Europa y Estados Unidos colaboran para hacer llegar ropa, medicamentos, recursos y apoyo moral a quienes siguen en el país.


La distancia no la aísla, sino que la ha convertido en un puente entre mundos. “Aquí tengo mi vida, mi trabajo, mi familia… pero cada día, en algún momento, pienso en lo que está pasando allí. No se puede desconectar”, confiesa.

Lengua, cultura y pertenencia

Su relato también muestra la complejidad de ser ucraniana en el extranjero en un momento histórico tan cargado de tensiones. “Aquí tengo clientes rusos, y nunca he tenido problemas con ellos. Algunos incluso me han pedido perdón, aunque no tengan la culpa directa. Cada historia es distinta”, comenta.


Al recordar su adolescencia en España, no duda: “Fue duro al principio, pero también me dio fuerza. Aprendí a adaptarme sin perder quién soy. Eso me ha ayudado a sobrellevar esta guerra sin derrumbarme”.

Mirando hacia adelante

Cuando habla del futuro, su voz mezcla esperanza y pragmatismo. “Sé que no será fácil recuperar todo lo perdido. Hay muchos territorios ocupados y mucha gente que ha muerto. Pero también sé que la gente de Ucrania es fuerte. Hemos resistido antes y lo haremos otra vez”.


No hay heroísmo forzado en sus palabras. Hay una fuerza tranquila, una claridad que solo tienen quienes han pasado por el exilio sin dejar que el exilio los defina. Es madre, hija, amiga, trabajadora y, sobre todo, testigo de una época marcada por la guerra y la resistencia civil.


En ella se encarna una historia colectiva: la de miles de personas ucranianas que, desde lejos, siguen luchando por su país, cuidando a los suyos y manteniendo viva una cultura que se niega a desaparecer. “Es difícil, pero no imposible”, dice finalmente, y en esa frase resuena la dignidad de todo un pueblo.

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